¿Estamos perdiendo este recurso vital de sanación? Por  Deb Dana  Marzo/abril 2019

PRIMERA PARTE

Hace seis otoños, accedí a la silenciosa quietud de la Capilla Sixtina y contemplé La Creación de Adán, el magnífico fresco de Miguel Ángel. Quedé hipnotizada por la imagen de Dios extendiendo su mano para tocar a Adán, cerrando ese último y diminuto hueco entre las puntas de sus dedos para encender la chispa de la vida. Levantando los ojos, me sorprendió sentir una vibración en lo profundo de mi pecho, un dolor visceral, tomando conciencia de que era mi propio anhelo por el toque.

Echando la vista atrás, no me sorprende la intensidad de mi reacción. Es natural. El tacto se describe a veces como “la madre de todos los sentidos”, el primero en desarrollarse en el embrión y el primero en ofrecer una experiencia de conexión humana. El vínculo comienza incluso antes del nacimiento, cuando la madre pone una mano sobre su abdomen y el bebé responde extendiendo su mano para tocar las paredes del útero.

La necesidad de un contacto seguro persiste a lo largo de nuestras vidas. Un estudio reciente de 509 adultos realizado por Kory Floyd, profesor de comunicaciones de la Universidad de Arizona, encontró que las personas que sufrían lo que él llamaba “hambre de piel” tenían más probabilidades de experimentar soledad, depresión, ansiedad y trastornos inmunológicos. Especialmente en nuestra cultura, relativamente pocos de nosotros tenemos un contacto seguro en la medida que lo necesitamos. Los Estados Unidos pueden estar entre los países más reacios al contacto en el mundo.

En un estudio ya clásico del psicólogo Sidney Jourard, se observó a amigos de diversas regiones del mundo, sentados juntos en un café. Durante una hora de conversación, los amigos franceses se tocaron afectuosamente 110 veces, mientras que los puertorriqueños hicieron contacto físico tres veces por minuto, un total de 180 veces. Ahora, prepárese: en los Estados Unidos, los amigos se tocaron exactamente dos veces. Sólo los reservados británicos lo hicieron peor: su puntuación de toque fue cero.

Ciertamente, nuestra cultura de evitar el toque se pone de manifiesto en terapia. Relativamente son pocos los profesionales que tocan a sus clientes de forma sostenida y terapéutica. Fuera de los que explícitamente usan el trabajo corporal en enfoques como Somatic Experiencing y Hakomi, la mayoría de los clínicos tienden a evitar, o al menos a limitar escrupulosamente, el contacto físico con los clientes. Esta cautela es comprensible. El uso del toque en la terapia es un tema complejo, lleno de preocupaciones legítimas sobre el hecho de traspasar los límites, y que podrían incluir cualquier aspecto, desde una palmada en el hombro no solicitada, hasta el contacto sexual abierto.

Para los clientes que han padecido un contacto negativo, la experiencia de un toque físico seguro y no sexual puede ser extraña y aterradora. Para muchos profesionales, tocar a un cliente puede parecer no sólo poco ético, sino ser susceptible de posibles demandas, así como causar daños a su reputación profesional. Como resultado, la idea de que un terapeuta haga una conexión táctil con un cliente puede percibirse como peligrosa para ambas partes. Incluso entre una terapeuta y un cliente femenino, rara vez va más allá de un abrazo al principio o al final de una sesión. Escasamente se utiliza como un elemento básico y conscientemente elegido del tratamiento.

Creo que tenemos que revisar y modificar este tabú. Durante cinco años, he estado usando el toque en mi propia consulta, guiado por la teoría polivagal del psicólogo y neurocientífico Stephen Porges. En mi experiencia, el contacto físico puede ser una experiencia profundamente curativa cuando se aborda con conciencia, sensibilidad, respeto y mutuo acuerdo. El uso juicioso del toque por parte de un profesional puede restaurar la seguridad y la estabilidad de un sistema nervioso agitado, permitiendo que un individuo se conecte con otros con una nueva “apertura”, y comience a cambiar la historia de su vida, de un relato de impotencia a otro “nutritivo”.

Entonces, ¿qué es la llamada Teoría Polivagal, y cómo puede ayudarnos a entender y conducir el potencial de curación del toque terapéutico? Para abordar esta pregunta, necesitaré usar algunos términos neurológicos muy sesudos, así que tengan paciencia. Mi objetivo es ahondar en los estados corporales particulares, “pistas” de hábitos sociales y respuestas interpersonales que pueden ayudar a sentirnos amorosamente “contenidos” por la mente y el corazón de otro, o por el contrario pueden hacer sentirnos solos en el mundo.

Un manual básico de la teoría Polivagal

La premisa fundamental de la Teoría Polivagal es que los seres humanos necesitan seguridad, y que nuestra biología está profundamente enfocada a mantenernos fuera de peligro. Como la mayoría de los terapeutas saben, el sistema de supervivencia de respuesta rápida del cuerpo está orquestado por nuestro Sistema Nervioso Autónomo (SNA). Brevemente, el SNA opera en dos ramas: el simpático y el parasimpático. La rama simpática nos moviliza para defendernos del peligro a través de la respuesta de lucha o huida. La parasimpática, algo menos comprendida, es típicamente vista como un sistema individual que nos ayuda a relajar nuestras defensas y recuperar un estado de calma.

Pero, como suele decirse, es un poco más complicado. El sistema parasimpático está compuesto por el nervio vago, que empieza en la base del cráneo y baja por el cuerpo hasta el abdomen. Se ramifica en dos vías principales, cada una responsable de un estado neurofisiológico distinto. Una de ellas, conocida como el vago ventral, responde a las señales de seguridad y mantiene una sensación de estar “centrado” y preparado para el compromiso, el vínculo social. Por el contrario, la vía vago-dorsal responde a las señales de amenaza, causando que nos “cerremos”, volvamos insensibles o anestesiados, nos desconectemos de los demás. Un cliente que se disocia ha encontrado refugio en un estado vago-dorsal.

Es importante que estas señales de seguridad y peligro operen bajo nuestra conciencia. Los tres elementos de nuestro sistema nervioso autónomo -ventral, simpático y dorsal- actúan como nuestro sistema de vigilancia, en su mayor parte subconsciente, trabajando “por debajo” para leer señales sutiles de seguridad o amenaza. Porges acuñó el término neurocepción para describir la forma en que nuestro SNA escanea en busca de señales de seguridad y peligro sin ninguna ayuda de nuestros cerebros “pensantes”. Por ejemplo, si se va a en una fiesta ruidosa y llena de gente y  hay extraños reunidos juntos, riéndose, pueden captarse inconscientemente señales de rechazo. En un “micromomento”, el sistema nervioso simpático entra en acción, induciendo a darse la vuelta y abandonar la fiesta a toda prisa, o quizás ir directamente al buffet y llenar un plato.

En ese momento, una de las invitadas se separa de la multitud y camina hacia usted. Extiende su mano y se presenta, con el rostro abierto y acogedor. Casi instantáneamente, la respiración se hace más lenta, el ritmo cardíaco baja, y el cuerpo se relaja con la experiencia de Ah, ahora estoy a salvo. El SNA acaba de guiarle del simpático al vago-ventral, permitiendo que lo que Porges llama el sistema del vínculo social, esté completamente activado. Ahora está calmado, listo para conectar y tal vez iniciar una nueva conversación.

Terapia de “educación” polivagal

Desde la perspectiva de la teoría polivagal, un objetivo clave de la terapia es ayudar al cliente a encontrar formas de salir de un estado desregulado -ya sea un estado “vago-dorsal” adormecido o un “simpático” hiperactivo- para regresar al “vago-ventral”, el estado biológico de seguridad y conectividad. Y como solo podemos cambiar nuestra “historia de vida” predominante desde un estado vago-ventral, es crucial que, tanto el terapeuta como el cliente, puedan identificar con precisión el estado de sus propios sistemas nerviosos en cualquier momento, tanto en la sesión de terapia como en el resto del tiempo. Solo cuando los individuos son capaces de reconocer su ubicación en el “mapa” polivagal pueden comenzar el viaje de vuelta a la calma y la conexión.

Hay que destacar que, tanto el terapeuta como el cliente, deben ser conscientes del estado de sus SNA. Y ello porque la curación emocional sólo puede tener lugar cuando el terapeuta y el cliente establecen una conexión de confianza entre sus respectivos sistemas nerviosos. De manera subconsciente, los clientes están continuamente recogiendo signos sutiles en su terapeuta a través del tono de voz, el contacto visual, posturas corporales y expresiones faciales, desde una ceja ligeramente arrugada hasta el movimiento particular de una mano. A lo largo de la sesión, los clientes están reaccionando constantemente a estas señales con una activación simpática, un “cierre” vago-dorsal o una apertura y confianza vago-ventral. De manera que desde una perspectiva polivagal, las relaciones entre cliente y terapeuta requieren que los terapeutas conozcan su propio SNA y aprendan a regularlo en cualquier momento de la sesión.

Conociendo el Sistema Nervioso

Hoy en día, la mayoría de las personas llegan a la terapia con una idea general, vaga, de la noción “cuerpo-mente”, con el pensamiento de que su yo físico y el emocional trabajan en común. Pero relativamente pocas personas conocen con precisión, el modo en el que la experiencia emocional se genera en el cuerpo, lo que a su vez provoca que los individuos se comporten de manera predecible, y que creen y perpetúen una “historia” sobre sí mismos y el mundo que habitan. Es por eso que, mucho antes de incorporar el toque en la ecuación, ayudo a los clientes a crear un mapa claro de sus propios sistemas nerviosos autónomos, para que sean conscientes de sus patrones de respuesta a la tranquilidad o la angustia.

Después de una breve “educación” sobre las tres partes del SNA, pido a mis clientes que elaboren un perfil personal propio. Les sugiero que imaginen su sistema nervioso como una escalera, con el vago-ventral en la parte superior, el simpático en el medio y el vago doral en la parte inferior. (Aquí, proporciono una hoja de trabajo con la imagen de una escalera.) Los clientes comienzan escribiendo sus sentimientos y comportamientos típicos cuando están en un estado “simpático”, a menudo usando palabras y frases como fuera de control, enojado, conflictivo, temeroso, o buscando desesperadamente. Hacen lo mismo con sus experiencias al estar en el vago-dorsal, que pueden incluir silencio, desenfoque, adormecimiento, desesperanza, impotencia, “cierre” y sensación de abandonados o no sentirse deseados. Por último, recuerdan momentos de estar firmemente plantados en la parte superior de la escalera, la zona vago-ventral. Normalmente incluyen descripciones como abierto, comprometido, curioso o alegre.

Luego le pido a mis clientes que terminen sus perfiles personales completando dos frases para cada estado: “Yo soy…” y “El mundo es…” La mayoría se sorprenden de la enorme diferencia en el centro de sus narraciones, dependiendo de la zona que transitan. En un estado vago-ventral, es típico que la gente asocie su historia con “pertenezco” y “el mundo es acogedor y está lleno de oportunidades”. En modo simpático, pueden decir: “Me siento enajenado, con pánico. Estoy atrapado en un mundo hostil y aterrador”. Cuando está en vago-dorsal, la respuesta es algo como: “Soy invisible, no amado, perdido, solo. El mundo es frío y vacío”.

En ese momento, los clientes tienen tanto una imagen mental como un lenguaje para su “escalera” de activación de SNA para cualquier situación. Es importante que el cliente y el terapeuta compartan ahora este lenguaje, para que, durante la sesión, tengan una “código” útil para percibir, nombrar y abordar estos estados de agitación siempre cambiantes. Con el tiempo, queremos ayudar a los clientes a transformar esa “configuración” predeterminada del SNA, desde un estado de peligro y desconfianza, a otro de seguridad, libertad, empatía, apertura.

Sin embargo, antes de continuar, quiero hacer hincapié en que este enfoque polivagal no sustituye a ningún otro método, técnica, o modelo de terapia en particular. Se trata más bien de ver el sistema nervioso desde una nueva perspectiva, lo que puede proporcionar más información, y permitir profundizar en otro enfoque clínico. Lo veo como una especie de toma de conciencia continua de las reacciones biológicas que se dan en cada momento, tanto en uno mismo como en los demás, y que influyen poderosamente en la calidad de la relación terapeuta-cliente y, en última instancia, en la sensación básica de seguridad del cliente en el mundo. Es un elemento toma de conciencia; en teoría, conceptualmente, una herramienta para la curación.

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Deb Dana, LCSW, médico clínico, es coordinadora del Traumatic Stress Research Consortium en Kinsey Institute en el Instituto Kinsey y desarrolladora de la serie de formaciones “Ritmo de Regulación”. Es coeditora, con Stephen Porges, de Aplicaciones Clínicas de la Teoría Polivagal, y autora de La Teoría Polivagal en la Terapia. Actualmente está escribiendo “Ejercicios polivagales para terapeutas y clientes”: “Dando forma a su sistema hacia la seguridad y la conexión”.

Contacto: deborahadanalcsw@gmail.com

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Artículo original en inglés